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Shakespeare:
 ¿Estoy haciendo lo correcto, papá?
Pero él no me respondió desde su retrato. Tenía el aire inocente de quien sabe muchas cosas pero
no va a decirlas, y me descubrí pensando en una pequeña foto enmarcada en plata que Sid
acostumbraba a tener allí encima, la foto de un arrogante actor joven de aspecto germánico con
el nombre «Erich» autografiado en ella con tinta blanca. Al menos yo suponía que era un actor.
Se parecía un poco a Erich von Stroheim, aunque más simpático y, en cierto modo, más
malintencionado. La foto solía inquietarme, no sé por qué. Sid debió de darse cuenta de ello,
pues un buen día desapareció.
Pensé en la arañita negra y plata trepando por el recordado marco de plata, y por alguna razón
me produjo escalofríos.
Bueno, aquello no iba a hacerme ningún bien, tan sólo deprimirme un poco más, de modo que
salí rápidamente. En la puerta tuve que apartarme para dejar pasar a los actores que regresaban
de la escena del caldero, y el enorme cerrojo me golpeó la cadera.
Afuera, Maud estaba quitándose sus ropas de Tercera Bruja para revelar bajo ellas las de Lady
Macduff. Me dirigió una sonrisa de soslayo.
 ¿Qué tal va?  pregunté.
 Estupendamente, supongo.  Se alzó de hombros . ¡Vaya público! Ruidoso como escolares.
 ¿Cómo es que Sid no ha puesto a ningún chico en tu papel?  pregunté.
 Supongo que se equivocó. Pero me he aplastado un poco los pechos y he interpretado a Lady
Macduff como si fuera un chico.
 ¿Cómo puede hacer eso una chica, una vez caracterizada?  pregunté.
 Sentándose rígida y pensando que lleva pantalones  dijo ella, tendiéndome su traje de
bruja . Discúlpame ahora, tengo que encontrar a mis hijos e ir a que me asesinen.
Había avanzado unos cuantos pasos en dirección al escenario cuando noté un suave tirón en mi
cadera. Bajé la vista y vi que un tenso hilo negro unía el extremo de mi jersey con la puerta del
vestuario. Debía de haberse enganchado con el gran cerrojo, y se estaba destejiendo. Avancé el
cuerpo unos centímetros, tirando delicadamente de él para ver qué impresión daba, y obtuve las
respuestas: el ovillo de Teseo, el hilo de una araña, un cordón umbilical.
Me incliné hacia un lado y lo rompí con las uñas. El hilo negro cayó. Pero la puerta del vestuario
no se desvaneció, los bastidores no cambiaron, el mundo no terminó, y yo no me derrumbé.
Tras lo cual simplemente me quedé allí durante un tiempo, sintiendo mi nueva libertad y
estabilidad, dejando que mi cuerpo se acostumbrara a ellas. No pensé en nada. Ni siquiera me
molesté en estudiar nada a mi alrededor, aunque observé que había más árboles y arbustos que
decorados, y que la vacilante luz era simplemente antorchas, y que la Reina Isabel estaba entre (o
había vuelto a) el público. A veces dejar que tu cuerpo se acostumbre a algo es todo lo que debes
hacer, o quizá todo lo que puedes hacer.
Y olí a estiércol de caballo.
Cuando la escena de Lady Macduff hubo terminado y ya estaba bien entrada la escena de los
retoños, regresé al vestuario. Los actores la llaman «la escena de los retoños» porque en ella
Macduff solloza sobre «todos mis retoños y su madre», refiriéndose a sus hijos y esposa, que han
sido muertos, «caídos de un solo golpe», bajo las órdenes del cruel asesino, Macbeth.
Dentro del vestuario, me dirigí hacia el lado de los hombres. Doc estaba aplicándose un
inverosímil maquillaje oscuro para representar el papel de Seyton, el último fiel servidor. No
parecía tan borracho como de costumbre para un cuarto acto, pero de todos modos me detuve
para ayudarle a meterse en una malla de acero hecha con cuerda gruesa entretejida y pintada de
plata.
En la tercera silla más allá, Sid estaba sentado ligeramente recostado en el respaldo, con su corsé
aflojado y observando de modo crítico a Martin, que ahora se había cambiado a un camisón de
lana blanca que le quedaba de maravilla, aunque no de una forma particularmente seductora,
sobre su cuerpo y su toalla enrollada, que se le había desplazado un poco.
Al lado del espejo de Sid, Shakespeare les sonreía desde su retrato como un inteligente insecto
de enorme cabeza.
Martin se puso en pie, abrió los brazos casi como un sumo sacerdote, y entonó:
 ¡Amici! Romani! Populares!
Le di un codazo a Doc.
 ¿Qué ocurre ahora?  susurré.
Dirigió un ojo incierto hacia ellos.
 Creo que están ensayando Julio César en latín.  Se alzó de hombros . Así empieza el
discurso de Antonio.  Pero ¿por qué?  pregunté.
A Sid le gusta aprovechar cada momento en que la gente está encendida por el fuego de la
actuación para ensayar otras cosas., pero aquel proyecto parecía completamente fuera de lugar...,
demasiado pedante. Sin embargo, al mismo tiempo sentí que todos los pelos de la cabeza se me
erizaban, como si mi mente estuviera saltando sobre especulaciones justo debajo de la superficie.
Doc meneó la cabeza y se alzó de nuevo de hombros.
Sid mostró una palma a Martin y gruñó suavemente:
 ¡Vamos, muchacho, no estás representando a una estatua romana, sino a un romano! Afloja las
rodillas e inténtalo de nuevo.
Entonces me vio. Haciendo un signo a Martin para que se detuviera, llamó:
 Ven aquí, querida.
Obedecí rápidamente. Me obsequió con una amistosa sonrisa y dijo:
 Ya has oído nuestra proposición en boca de Martin. ¿Qué es lo que dices, muchacha?
Esta vez el estremecimiento estaba en mi espina dorsal. Me sentía bien. Me di cuenta de que le
estaba devolviendo la sonrisa, y supe que había tomado ya mi decisión desde hacía al menos
veinte minutos.
 Estoy de acuerdo  dije . Contad conmigo en la compañía.
Sid saltó en pie, me agarró por los hombros y por el pelo y me besó en ambas mejillas. Fue un
poco como ser bombardeada.
 ¡Prodigioso!  exclamó . Representarás el papel de la Camarera en la escena de la
sonámbula esta noche. ¡Martin, sus ropas! Ahora, jovencita, presta atención, cógeme el pie.  Su
voz se hizo más grave y vieja . ¿Cuándo caminó por última vez?
El nuevo valor desapareció como el agua cayendo por una cascada.
 Pero, Siddy, no puedo empezar esta noche  protesté, medio suplicando, medio ultrajada.
 ¡Esta noche o nunca! Se trata de una emergencia...; estamos faltos de gente.  De nuevo
cambió su voz . ¿Cuándo caminó por última vez?
 Pero, Siddy, no me sé mi parte.
 Tienes que saberla. Has oído la obra veinte veces este último año. ¿Cuándo caminó por última
vez?
Martin estaba de vuelta y me estaba poniendo una peluca rubia sobre la cabeza y metiendo mis
brazos en una túnica gris claro.
 Nunca he estudiado las réplicas  le chillé a Sidney.
 ¡Mentirosa! He visto moverse tus labios una docena de noches mientras observabas la escena
entre bastidores. ¡Cierra los ojos, muchacha! Martin, suéltale la mano. Cierra los ojos, muchacha,
vacía tu mente, y escucha, solamente escucha. ¿Cuándo caminó por última vez?
En la oscuridad me oí a mí misma responder a aquella entrada, primero en un susurro, luego más
fuertemente, luego a plena voz pero con un tono grave:
 Desde que su majestad fue al campo de batalla, la he visto alzarse de la cama, echarse por
encima su bata, abrir su escritorio, tomar...
 ¡Bravissimo! exclamó Siddy, y me bombardeó de nuevo.
Martin pasó también su brazo en torno a mis hombros, luego se agachó rápidamente para
abotonar mi atuendo empezando desde abajo.
 Pero ésas son sólo las primeras líneas, Siddy  protesté.  ¡Son suficientes!
 Pero, Siddy, ¿y si me encallo?  pregunté.
 Mantén la mente vacía. No te pasará eso. Además, yo estaré a tu lado, representando al
Doctor, para ayudarte si tienes alguna dificultad.
«Eso debería arreglar las cosas para mí», pensé. Entonces algo más me golpeó.
 Pero, Siddy  dije con un estremecimiento , ¿cómo voy a interpretar a la Camarera como si
fuera un hombre?
 ¿Un hombre?  preguntó, sorprendido . ¡Interpreta el papel sin caerte de bruces al suelo, y
me sentiré completamente satisfecho!
Y me dio una fuerte palmada en las posaderas. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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