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compañeros de celda. Si estuviera en chirona le
hubiera agradecido su carta. No puedo menospreciar a
un hombre lo bastante loco como para decir la
verdad.
 Por el motivo que sea alguien anda metiendo la
nariz en tu correo.
Consiguieron una orden judicial y está bien guardada
en algún sitio. No están vigilando la casa todavía,
porque nos hubiéramos dado cuenta -dijo Ardelia-. No
me extrañaría que esos hijos de puta supieran que
Lecter viene hacia aquí y no te hubieran avisado.
Vigila mañana.
 Es señor Crawford nos lo hubiera dicho. No pueden
organizar nada importante contra el doctor Lecter a
espaldas de Crawford.
 Jack Crawford es historia, Starling. En ese punto
estás ciega.
¿Y si están montando algo contra ti? Por tener una
boquita tan grande, por no dejar que Krendler se
metiera en tu cama. ¿Y si hay alguien que está
intentando acabar contigo? Oye, ahora sí que hablo
en serio con lo de ocultar mi fuente.
 ¿Hay algo que podamos hacer por tu amigo el de
correos? ¿Podemos corresponderle?  ¿Quién crees que
viene a cenar?  Ésta sí que es buena, Ardelia..
Espera un momento, creía que era yo la que estaba
invitada a cenar.
 Puedes llevarte un poco a casa.
 Muy agradecida.
 De nada, cariño. Será un placer.
Capítulo 47.
Cuando Starling era niña tuvo que mudarse de una
casa de madera que hacía crujir el viento al sólido
edificio de ladrillos rojos del Orfanato Luterano.
El destartalado domicilio de su primera infancia
tenía una cocina caliente donde podía compartir una
naranja con su padre. Pero la muerte sabe el camino
a las casas humildes, en las que se vive con
trabajos peligrosos y sueldos de miseria. Su padre
salió de aquella casa en su vieja furgoneta para
hacer una patrulla nocturna de la que nunca
regresaría.
Starling escapó de su hogar adoptivo en un caballo
destinado al matadero mientras sacrificaban a los
corderos, y encontró algo parecido a un refugio en
el Orfanato Luterano. Desde aquella época, las
grandes y sólidas estructuras institucionales la
hacían sentirse segura. Puede que los luteranos
anduvieran escasos de calor y naranjas, y sobrados
de Jesús, pero las normas eran las normas, y si las
comprendías todo iba como la seda.
Mientras el reto consistiera en superar pruebas
competitivas pero impersonales o en hacer trabajos
de calle, sabía que su lugar estaba seguro. Pero
Starling carecía de aptitudes para los cabildeos de
despacho.
Ahora, mientras salía de su Mustang a primera hora
de la mañana, las altas fachadas de Quantico ya no
eran el gran regazo de ladrillos donde refugiarse.
Vistas desde el aparcamiento, a través de las
ondulaciones del aire, hasta las puertas de entrada
parecían torcidas.
Hubiera querido ver a Jack Crawford, pero no le daba
tiempo. La filmación en Hogan's Alley empezaría en
cuanto el sol estuviera lo bastante alto.
La investigación de la matanza en el mercado de
Feliciana requería una reconstrucción de los hechos
filmada en la pista de tiro de Hogan s Alley, donde
habría que justificar cada tiro y cada trayectoria.
Starling tuvo que interpretar su papel. La furgoneta
camuflada que usaron era la original, con los
agujeros de bala más recientes taponados con masilla
sin pintar. Una y otra vez saltaron del cochambroso
vehículo, una y otra vez el agente que hacía de John
Brigham cayó de bruces y el que hacía de Burke se
retorció en el suelo. El simulacro, en el que se
empleó munición de fogueo, la dejó molida.
Acabaron bien pasado el mediodía.
Starling guardó su equipo especial y encontró a Jack
Crawford en el despacho.
Había vuelto a llamarlo  señor Crawford , y el
hombre, que parecía cada vez más distraído, se
mostraba distante con todo el mundo.
 ¿Quiere un Alka-Seltzer, Starling? -le ofreció
cuando la vio en la puerta.
Crawford tomaba unos cuantos específicos a lo largo
del día, además de ginseng, palmito sierra, hierba
de san Juan y aspirina infantil. Las iba cogiendo de
la palma de la mano con un cierto orden, y echaba
atrás la cabeza como si se estuviera atizando un
lingotazo.
En las últimas semanas había empezado a colgar la
chaqueta del traje en la percha del despacho y
ponerse un jersey tejido por su difunta esposa.
Ahora a Starling le parecía más viejo que cualquier
recuerdo que conservara de su propio padre.
 Señor Crawford, alguien está abriendo parte de mi
correspondencia.
No lo hacen muy bien. Parece que despegan la cola
con el vapor de una tetera.
 Comprobamos tu correo desde que Lecter te escribió.
 Hasta ahora se limitaban a pasar los paquetes por
le fluoroscopio. Eso es estupendo, pero soy capaz de
leer mis propias cartas. Nadie me ha dicho nada.
 No es cosa de nuestra Oficina de Responsabilidades
Profesionales.
 Tampoco del adjunto Dawg, señor Crawford. Es algún
pez lo bastante gordo como para conseguir una orden
de suspensión del título tercero debidamente
autorizada.
 ¿No dices que parecen aficionados? -se quedó
callada lo suficiente como para que él añadiera-:
Mejor que te hayas dado cuenta así, ¿no te parece,
Starling?  Sí, señor.
Crawford frunció los labios y asintió.
 Me ocuparé del asunto -guardó los frascos en el
cajón superior del escritorio-. Hablaré con Carl
Schirmer del Departamento de Justicia y pondremos
las cosas en claro.
Schirmer era un infeliz. Según los rumores se
jubilaría a final de año.
Todos los colegas de Crawford estaban a punto de
jubilarse.
 Gracias, señor.
 ¿Qué?, ¿hay alguien en tus clases de policía que
prometa? ¿Alguien con quien debieran hablar los de
reclutamiento?  En la de técnicas forenses, aún no
lo sé, les da vergüenza preguntarme sobre crímenes
sexuales. Pero hay un par de buenos tiradores.
 De esos tenemos de sobra -alzó la vista hacia ella
con prontitud-. No me refería a ti, Starling.
Al final de aquel día en que había representado la
muerte de John Brigham, Starling fue a su tumba en
el Cementerio Nacional de Arlington.
Posó la mano en la lápida, que aún conservaba
partículas de piedra arrancadas por el cincel. De
pronto volvió a tener la nítida sensación de besar
su frente fría como el mármol cuando lo visitó por
última vez en su ataúd y dejó en su mano, bajo el
guante blanco, su última medalla de campeona en el
Abierto para pistola de combate.
Las hojas habían empezado a caer en Arlington y
cubrían el césped sembrado de tumbas. Con las manos
en la losa de Brigham, contemplando las hectáreas de
lápidas, se preguntó cuántos de aquellos muertos
habían caído como él víctimas de la estupidez, el
egoísmo y las componendas de viejos cínicos.
Creyente o descreído, si uno es un guerrero,
Arlington es un lugar sagrado; la tragedia no es
morir, sino que te sacrifiquen.
El vínculo que la unía a Brigham no era menos fuerte
por el hecho de no haber sido su amante. Apoyada
sobre una rodilla ante la piedra, Starling recordó
que el hombre le había preguntado algo con timidez y
ella había contestado que no; que a continuación le
preguntó si podían ser amigos, con evidente
sinceridad, y ella le contestó, con no menos
sinceridad, que sí.
Arrodillada en Arlington, pensó en la tumba de su
padre, tan lejana. No la había visitado desde que se
graduó la primera de su clase en la facultad y fue
allí para contárselo. Se preguntó si no sería el
momento de volver.
Vista a través de las ramas oscuras de Arlington, la
puesta de sol era tan anaranjada como las naranjas
que compartía con su padre; el distante toque de
corneta le produjo en escalofrío, y la losa siguió
fría bajo su mano.
Capítulo 48.
Podemos verlo entre el vaho de nuestro aliento. En
la noche serena sobre Terranova, distinguimos un
punto de luz brillante junto a Orión; luego, pasando
lentamente sobre nuestras cabezas, un Boeingque
encara un viento de ciento sesenta kilómetros por
hora en dirección oeste.
Atrás, en tercera clase, donde viajan los paquetes
turísticos, los cincuenta y dos miembros de  El [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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