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oscura, color de especias, de Guccio? ¿Cómo no ven que es un verdadero capetino, que tiene cara
ancha, ojos azul pálido, fuerte mandíbula y el color rubio de la paja? El rey Felipe el Hermoso era
su abuelo. ¡Es extraño que la gente tenga los ojos tan poco abiertos y sólo vea en las cosas y en los
seres la idea que de ellos se ha forjado!
Cuando María pidió a sus hermanos que enviaran a Jeannot al cercano convento de los
Agustinos para qué aprendiera a leer y a escribir, se encogieron de hombros.
-Nosotros sabemos leer un poco, y no nos ha servido de nada; no sabemos escribir y
tampoco nos serviría -respondió Juan de Cressay-. ¿Por qué quieres que Jeannot aprenda más cosas
que nosotros? El estudio es bueno para los clérigos, y tu hijo no puede serlo porque es bastardo.
En el prado de los lirios, el niño sigue a regañadientes a la sirvienta que ha ido a buscarlo.
jugaba a hacer de caballero, y en ese momento, con una vara en la mano, tenía que asaltar las
defensas del cobertizo, donde los malos tenían prisionera a la hija del molinero.
Los hermanos de María vuelven de inspeccionar sus campos. Están llenos de polvo, huelen
a sudor de caballo y tienen las uñas negras. Juan, el mayor, es ya igual que su padre: tiene el vientre
caído, la barba enmarañada, la dentadura estropeada y le faltan los colmillos. Espera que haya
guerra para revelarse, y cada vez que oye hablar de Inglaterra, grita que el rey no tiene mas que
poner en pie al ejército para ver lo que es capaz de hacer la caballería. No es caballero; pero podría
llegar a serlo en su campaña. Solo ha conocido el embarrado ejército de Luis el Turbulento, y no
contaron con él para la expedición de Aquitania. Tuvo un momento de esperanza al conocer las
intenciones de cruzada atribuidas a monseñor Carlos de Valois. Pero monseñor de Valois había
muerto. ¡Ah, que buen rey habría sido aquel barón!
Pedro de Cressay, el hermano menor, ha quedado más delgado y pálido, pero no cuida
mucho mas su aspecto. Su vida es una mezcla de indiferencia y de rutina. Ninguno de los dos se ha
casado. Desde la muerte de su madre, la señora Eliabel, su hermana lleva la casa; tienen, pues, a
alguien que se ocupe en la cocina y en su basta ropa; contra quien pueden encolerizarse más
fácilmente que lo harían con su propia esposa. Si sus calzas están destrozadas, pueden hacer
responsable a María de no haber encontrado una esposa apropiada a su categoría debido a la
deshonra que ha echado sobre la familia.
Sin embargo, viven con cierta holgura gracias a la pensión que el conde de Bouville pasa
regularmente a la joven con el pretexto de haber sido nodriza real, y gracias también a las
provisiones que el banquero Tolomei continúa enviando a quien cree su sobrino. El pecado de
María ha sido, pues, provechoso para los dos hermanos.
Pedro conoce en Montfort-l'Amaury a una burguesa viuda, a la que visita de vez en cuando,
y precisamente esos días se acicala con aire culpable. Juan prefiere dedicarse sólo a su trabajo, y
con poco gasto se considera señor, ya que algunos mozos de las aldeas vecinas adoptan sus
maneras.
Pedro y Juan se sorprenden al encontrar a su hermana vestida con su traje de seda, y a
Jeannot pataleando porque le lavan la cara. ¿Es que es fiesta hoy y se han olvidado?
¡Guccio está en Neauphle -dice María.
Y se aparta, porque Juan sería capaz de darle una bofetada. Pero no; Juan se calla, y mira a
María. Lo mismo hace Pedro, con los brazos caídos. No tienen el cerebro preparado para lo
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Librodot
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Librodot Los Reyes Malditos V La loba de Francia Maurice Druon
imprevisto. Guccio ha vuelto; la noticia es de bulto, Y necesitan varios minutos para asimilarla.
¿Qué problemas le va a plantear? Sentían viva simpatía por Guccio, se veían obligados a
reconocerlo, cuando era su compañero de caza, y les traía halcones de Milán y el mozo hacía el
amor a su hermana en sus narices sin que ellos se dieran cuenta. Luego quisieron matarlo cuando la
señora Eliabel descubrió el pecado en el vientre de su hija. Después lamentaron su violencia cuando
visitaron al banquero Tolomei en su mansión de París, Y comprendieron, demasiado tarde, que
hubiera sido menos deshonroso para su hermana casarse con un Lombardo rico que verla madre de
un hijo sin padre.
No tienen mucho tiempo para reflexionar, ya que el sargento de armas con librea del conde
de Bouville, cabalgando un gran caballo bayo, con cota azul dentellada, entra en el patio de la casa
solariega, que se llena en seguida de rostros atónitos. Los campesinos se quitan el gorro, por las
puertas entreabiertas surgen cabezas de niños, Y las mujeres se secan las manos en el delantal.
El sargento acaba de entregar dos mensajes al sire Juan: uno de Guccio, otro del conde de
Bouville. Juan de Cressay adopta el aire importante y altivo del hombre que recibe una carta;
enarca las cejas y ordena con voz fuerte que den de comer y beber al mensajero, como si este
acabara de recorrer quince leguas. Luego, en compañía de su hermano, se retira a leer. No bastan
los dos, tienen que llamar a María, que sabe descifrar mejor que ellos los signos de la escritura.
Y María se pone a temblar, temblar, temblar.
-No lo comprendemos, messire. Nuestra hermana se ha puesto de repente a temblar, como si
acabara de aparecer ante ella el propio satán, y hasta se ha negado a veros. En seguida ha sido
sacudida por grandes sollozos.
Los dos hermanos Cressay estaban muy turbados. Se habían hecho limpiar las botas, y
Pedro se había puesto la cota que sólo llevaba para visitar a la viuda de Montfort. En la segunda
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