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medio en que viven, incapaces de servir una fe o una pasión.
Las creencias son el soporte del carácter; el hombre que las posee
firmes y elevadas, lo tiene excelente. Las sombras no creen. La perso-
nalidad está en perpetua evolución y el carácter individual es su delica-
do instrumento; hay que templarlo sin descanso en las fuentes de la
cultura y del amor. Lo que heredamos implica cierta fatalidad, que la
educación corrige y orienta. Los hombres están predestinados a con-
servar su línea propia entre las presiones coercitivas de la sociedad; las
sombras no tienen resistencia, se adaptan a las demás hasta desfigurar-
se, domesticándose. El carácter se expresa por actividades que consti-
tuyen la conducta. Cada ser humano tiene el correspondiente a sus
creencias; si es "firmeza y luz", como dijo el poeta, la firmeza está en
los sólidos cimientos, de su cultura y la luz en su elevación moral.
Los elementos intelectuales no bastan para determinar su orienta-
ción; la febledad del carácter depende tanto de la consistencia moral
como de aquéllos, o más. Sin algún ingenio, es imposible ascender por
los senderos de la virtud; sin alguna virtud son inaccesibles los del
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El hombre mediocre donde los libros son gratis
ingenio. En la acción van de consuno. La fuerza de las creencias está
en no ser puramente racionales; pensamos con el corazón y con la
cabeza. Ellas no implican un conocimiento exacto a de la realidad; son
simples juicios a su respecto, susceptibles de ser corregidos o reempla-
zados. Son instrumentos actuales; cada creencia es una opinión contin-
gente y provisional. Todo juicio implica una afirmación. Toda
negación es, en sí mismo, afirmativa; negar es afirmar una negación.
La actitud es idéntica: se cree lo que se afirma o se niega. Lo contrario
de la afirmación no es la negación, es la duda. Para afirmar o negar es
indispensable creer. Ser alguien es creer intensamente; pensar es creer;
amar es creer; odiar es creer; vivir es creer.
Las creencias son los móviles de toda actividad humana. No ne-
cesitan ser verdades: creemos con anterioridad a todo razonamiento y
cada nueva noción es adquirida a través de creencias ya preformadas.
La duda debiera ser más común, escaseando los criterios de certidum-
bre lógica; la primera actitud, sin embargo, es una adhesión a lo que se
presenta a nuestra experiencia. La manera primitiva de pensar las cosas
consiste en creerlas tales como las sentimos; los niños, los salvajes, los
ignorantes y los espíritus débiles son accesibles a todos los errores,
juguetes frívolos de las personas, las cosas y las circunstancias. Cual-
quiera desvía los bajeles sin gobierno. Esas creencias son como los
clavos que se meten de un solo golpe; las convicciones firmes entran
como los tornillos, poco a poco, a fuerza de observación y de estudio.
Cuesta más trabajo adquirirlas; pero mientras los clavos ceden al pri-
mer estrujón vigoroso, los tornillos resisten y mantienen de pie la per-
sonalidad. El ingenio y la cultura corrigen las fáciles ilusiones
primitivas y las rutinas impuestas por la sociedad al individuo: la am-
plitud del saber permite a los hombres formarse ideas propias. Vivir
arrastrado por las ajenas equivale a no vivir. Los mediocres son obra de
los demás y están en todas partes: manera de no ser nadie y no estar en
ninguna.
Sin unidad no se concibe un carácter. Cuando falta, el hombre es
amorfo o inestable; vive zozobrando como frágil barquichuelo en un
océano. Esa unidad debe ser efectiva en el tiempo; depende, en gran
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José Ingenieros donde los libros son gratis
parte, de la coordinación de las creencias. Ellas son fuerzas dinamóge-
nas y activas, sintetizadoras de la personalidad. La historia natural del
pensamiento humano sólo estudia creencias, no certidumbres. La espe-
cie, las razas, las naciones, los partidos, los f!
grupos, son animados por necesidades materiales que los engen-
dran, más o menos conformes a la realidad, pero siempre determinan-
tes de su acción. Creer es la forma natural de pensar para vivir.
La unidad de las creencias permite a los hombres obrar de acuer-
do con el propio pasado: es un hábito de independencia y la condición
del hombre libre, en el sentido relativo que el determinismo consiente.
Sus actos son ágil es y rectilíneos, pueden preverse en cada circunstan-
cia; siguen sin vacilaciones un camino trazado: todo concurre a que
custodien su dignidad y se formen un ideal. Siempre están prontos para
el esfuerzo y lo realizan sin zozobra. Se sienten libres cuando rectifican
sus yerros y más libres aún al manejar sus pasiones. Quieren ser inde-
pendientes de, todos, sin que ello les impida ser tolerantes: el precio de
su libertad no lo ponen en la sumisión de los demás.
Siempre hacen lo que quieren, pues sólo quieren lo que está en sus
fuerzas realizar. Saben pulir la obra de sus educadores y nunca creen
terminada la propia cultura. Diríase que ellos mismos se han hecho
como son, viéndoles recalcar en todos los actos el propósito de asumir
su responsabilidad.
Las creencias del Hombre son hondas, arraigadas en vasto saber;
le sirven de timón seguro para marchar por una ruta que él conoce y no
oculta a los demás; cuando cambia de rumbo es porque sus creencias
de la Sombra son surcos arados en el agua; cualquier ventisca las des-
vía; su opinión es tornadiza como veleta y sus cambios obedecen a
solicitaciones groseras de conveniencias inmediatas. Los Hombres
evolucionan según varían sus creencias y pueden cambiarlas mientras
siguen aprendiendo; las Sombras acomodan las propias a sus apetitos y
pretenden encubrir la indignidad con el nombre de evolución. Si de-
pendiera de ellas, esta última equivaldría a desequilibrio o desvergüen- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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