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Hakon, que hab�a estado en su campamento ese mis-mo d�a, dijo que no parec�a haber signos de
movimiento en las filas enemigas, lo que me hizo pensar que estaba esperando a que Valerio cruzara la
frontera al frente de los pictos. Pero Ha-kon, a pesar de lo que yo le hab�a contado, todav�a dudaba de la
complicidad de Valerio. Se dec�a que tal vez su presencia en el bosque obedeciera simplemente a una
visita de las que acos-tumbraba hacer a los pictos. Ning�n hiborio, por muy amigo que fuese de ellos,
pod�a asistir a ceremonias como la de la ser-piente. Para hacerlo tendr�a que haber firmado un pacto de
san-gre con el clan. As� se lo dije a Hakon.
Me despert� s�bitamente y me incorpor� en el lecho. Hab�a dejado la ventana abierta para que entrara
el fresco de la noche. La habitación estaba situada a bastante altura sobre el suelo, y no hab�a en las
proximidades ning�n �rbol por el que pudiera tre-par un ladrón. Pero algo me hab�a sobresaltado, y, al
mirar hacia la ventana, se recortó contra el cielo negro cuajado de estrellas la silueta de una criatura
corpulenta y deforme. Pregunt�ndome qu� pod�a ser eso mientras buscaba a tientas el hacha, y antes
de que pudiera levantarme, se abalanzó con una rapidez vertigi-nosa. Sent� que algo me rodeaba el
cuello e intentaba estrangu-larme. Muy cerca de mi cara vislumbr� un rostro borroso y ate-rrador, del
que sólo pude distinguir en la oscuridad un par de ojos inyectados en sangre y una cabeza puntiaguda.
Me llegó el hedor de una bestia.
Aferr� una de las mu ecas de la cosa y me di cuenta de que era peluda y musculosa como la de un
simio. En ese momento encontr� mi hacha y de un solo golpe hend� el cr�neo de aquel ser de pesadilla,
que se desplomó sobre m�. Cuando consegu� incorporarme, me temblaba todo el cuerpo. Encontr�
pedernal, acero y yesca y encend� una vela. La monstruosa criatura yac�a en el suelo en medio de un
charco de sangre.
Su cuerpo era parecido al de un hombre corpulento, retorci-do y deforme, y estaba recubierto de una
gruesa capa de pelo. Sus u as eran largas y negras como las garras de una bestia. Y su cabeza, sin
barbilla y con muy poca frente, era muy similar a la de un simio. Se trataba de un chac�n, una de esas
criaturas semihumanas que habitan en lo m�s profundo de los bosques.
Poco despu�s, alguien dio con los nudillos en mi puerta y o� la voz de Hakon pregunt�ndome qu�
ocurr�a. Entró con el ha-cha en la mano, listo para atacar. Sus ojos se llenaron de asom-bro al ver a la
criatura repugnante que yac�a en el suelo.
-�Un chac�n! -susurró-. Los hab�a visto antes siguiendo a lo lejos el rastro de nuestras pisadas.
�Malditos sabuesos! �Qu� tie-ne entre las garras?
Un escalofr�o de terror recorrió mi espina dorsal al descubrir que lo que la criatura aferraba con sus
manos era mi pa uelo, con el que hab�a intentado estrangularme.
-He o�do decir que los chamanes pictos capturan a estos se-res y los amaestran para seguir el rastro de
sus enemigos -dijo lentamente-. Pero �cómo habr� podido ordenarle Valerio que nos siguiera?-No lo
s� -respond�-. Alguien le dio mi pa uelo a la bestia para que, gui�ndose por su olfato, me encontrara y
acabara con-migo. �Vamos a la prisión! �R�pido!
Hakon despertó a sus seis exploradores y todos corrimos ha-cia all�. El centinela yac�a en el suelo con
el cuello cortado, de-lante de la puerta de la celda de Valerio, que estaba abierta. Vi que Hakon se
quedaba petrificado, y entonces escuchamos un hilo de voz que sal�a del cuerpo aterrado del borracho
que ocu-paba la celda contigua.
-Ha escapado -dijo-. Valerio ha escapado. Hace una hora es-taba yo tumbado en mi camastro cuando
me despertó un ruido que proven�a del exterior. Abr� los ojos y vi a una extra a mu-jer de piel oscura
que surg�a de las sombras y se acercaba al cen-tinela. �l le dio la voz de alto y tensó el arco, pero ella se
rió, lo miró fijamente a los ojos y �l entró inmediatamente en trance. Se quedó inmóvil, mir�ndola
fijamente como un est�pido y ella tomó el cuchillo del centinela y le cortó el cuello. Le quitó las
llaves y abrió la puerta de la celda de Valerio, que, ri�ndose a carcajadas, besó a la mujer. Ella no
estaba sola. Hab�a algo deam-bulando en la oscuridad detr�s de ella. Un ser borroso, indefini-do, que
evitaba la luz del farol de la puerta.
�O� que le dec�a a Valerio que era mejor acabar conmigo. Sent� tanto miedo que durante un rato no
supe si estaba vivo o muerto. Pero Valerio le dijo que yo estaba totalmente borracho y que no merec�a
la pena. Mientras se alejaban, �l dijo que "aquello" ten�a que cumplir una misión y que despu�s ir�an a
la caba a de la ensenada del Lince, donde se encontrar�a con sus partidarios, que lo aguardaban
escondidos en el bosque. Dijo tambi�n que Teyanoga se unir�a all� con ellos, que cruzar�an la frontera
juntos y que volver�an al frente de los pictos para aca-bar con todos nosotros.
A la tenue luz del farol, vi que Hakon palidec�a.
-�Qui�n es esa mujer? -pregunt� con curiosidad.
-Su amante. Una mujer por la que corre sangre picta -con-testó Hakon-. Mitad Halcón y mitad ligur.
La llaman la Bruja de Skandaga. Yo nunca la he visto, y hasta ahora nunca me hab�a cre�do las historias
que contaban acerca de ella y de Valerio. Veo que me equivoqu�.
-Pens� que hab�a dado muerte al viejo Teyanoga -murmur� entre dientes-. El muy perro debe de tener
siete vidas. Vi como mi flecha se le clavaba en el pecho. �Y ahora qu� hacemos? [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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